Por Gilberto Avilez Tax
En verdad, el lunes 8 de septiembre, día del 4 informe de gobierno en Quintana Roo, marca el inicio del camino a la sucesión gubernamental: ahora todo es reflujo en el gobierno “del cambio”, pues la sucesión, adelantada, llegó con todo y pandemia y apareció, clara y radiante, en la máxima tribuna de Punta Estrella.
Al mismo tiempo que hubo las acostumbradas loas del oficialismo cansino a un gobernador que aceptaba el hecho de que la “autocrítica” es necesaria; también, en las filas de la oposición apareció el fenómeno político del “reynismo” –la genuflexión acrítica- en un presidente verde, verdoso, de la Jugocopo, al hablar de “cooperación sin sometimiento con el Ejecutivo y acabar con los pleitos internos”, pero que en los gestos mudos uno tiene la impresión de que ha comenzado por imitar sin empacho la actuación de su antecesora.
Ir por el camino trillado es fácil, sin generar molestias a los de arriba y hablar con un discurso acartonado y vacío, como los discursos que la mayoría de oradores de casi todos los partidos hicieron el día del cuarto informe, incluida la diputada de Morena, Euterpe Gutiérrez, a mi parecer, tibia y ligera en sus cuestionamientos al Ejecutivo. Porque de eso se trata el espíritu y el objetivo único de la división de poderes: generar pesos y contrapesos para la buena administración de la cosa pública. Esto lo sabían los romanos cuando inventaron hace más de 2000 años, para beneficio de los plebeyos, a un representante suyo en la Roma patricia, el famoso “tribuno de la plebe”, que guardaba fielmente los intereses del pueblo y que tenía derecho de veto respecto de todo acto de los órganos públicos de Roma. Y lo supo también el inmortal filósofo político, el barón de Montesquieu, al enarbolar en sus escritos (El espíritu de las leyes) la necesaria división de poderes para el buen funcionamiento de la república y detener con esto los ímpetus silvestres de tantos sátrapas y obsedidos del poder.
En Quintana Roo, hace algunos años, se tuvo gobiernos que, de una forma u otra, tenían la costumbre tropical de silenciar a tribunos en Congresos y hasta en plazas públicas; a otros, desde la incomodidad del periodismo crítico, igual se les dio a elegir, o zanahoria o macana; y en la reciente división real de poderes (la actual legislación desde 2018), no se ha querido o intentando llevar a cabo una verdadera práctica política que asuma la responsabilidad que se tiene a la hora de legislar en pro de la ciudadanía, pero que tampoco eche en saco roto la característica básica de ser contrapeso y moldeador de las decisiones de política del Ejecutivo en turno, y garante de la moderación y la necesaria perspectiva distinta. Esto, en otras palabras, es lo que ha significado el “reynismo político”, que, en vez de fungir como cogobierno, se ha decidido, desde una izquierda ambidiestra, a ser la quinta columna genuflexa en Punta Estrella.
Pero el día del 4 informe de gobierno, un diputado chetumaleño del PT, Roberto Erales Jiménez, decidió romper con esa tradición acartonada de genuflexión y discursos vacíos de una oratoria lenguaraz. Con la idea de hacer evidente la real división de poderes y presentarse con la presencia de un tribuno de la plebe de Chetumal dispuesto a hacer el contrapunto de la soñarrera triunfalista, Erales habló claro, “sin metáforas ni eufemismos”, como si de otro Pedro Pérez Garrido (un líder chetumaleño de la década de 1940 que tuvo los arrestos de señalar el mal gobierno de Margarito Ramírez) se tratara. En su discurso de réplica a la glosa del 4 informe de gobierno, Erales dejó ver una fe inquebrantable al pueblo de su ciudad natal, Chetumal.
Su discurso en la palestra del Congreso local de Punta Estrella, para responder el 4 informe del gobernador, fue una especie de “Ego vox clamantis in deserto”, una molestia generalizada del chetumaleño concretizada en el discurso vitriólico, certero y preciso de Erales, pues su posición de hombre de izquierda fue congruente, necesaria y esperada: cuestionó como nadie ha hecho, en la historia política de este estado, a un gobernador en funciones, y que tuvo efectos hasta en el mismo gobernador, al aceptar este último la crítica y la autocrítica. “Las dudas son muchas, pero también muchas certezas acerca de la falta de resultados, las carencias, las dolencias…” Habló, sin duda, sin retóricas y florituras barrocas a las que son tan adictos los grillos de la selva política quintanarroense.
Señaló que existe una falta de resultados y claridad en las acciones de gobierno, tocó la evidente desvinculación social y nula cercanía al pueblo de un gobierno que llegó con un apoyo popular enorme, y que para muchos chetumaleños (Erales hablaba por ellos), se esfumó con rapidez y solo dejó “decepción, desgano”. En fin, Erales apeló a la historia regional –el nativismo y la defensa de los intereses de los quintanarroenses, representado paladinamente por el ya mítico Pedro Pérez Garrido- al cuestionar por qué se había dado a Quintana Roo a los “grupos de poder ajenos al Estado”, “desplazando a las y los quintanarroenses” en la toma de decisiones. Fustigó, además, la falta de liderazgo ante la emergencia sanitaria y la politización de la misma, y cuestionó los desfiguros en temas de seguridad en el estado, de sus cabezas visibles, tan “polémicos, extravagantes y hasta ridículos”. Erales, como tribuno de la plebe chetumaleña, habló claro, “sin metáforas ni eufemismos”.
Erales es un chetumaleño de cepa, y aunque nació en Felipe Carrillo Puerto, desde niño fue traído a la ciudad de los Curvatos. Más de media vida ha estado en el servicio público. Una breve reseña de su trayectoria nos dice que fue secretario del Secretario de Salubridad y Asistencia en los dos últimos años del gobierno de Luis Echeverría; fue miembro fundador de la plataforma de integración quintanarroense (PIQ) que luchó para hacer estado al Territorio de Quintana Roo y tener el gobierno en manos quintanarroenses. Con Martínez Ross, fue coordinador de becas, también subdelegado de prestaciones económicas del ISSSTE donde trabajó con sindicatos federales, estatales y municipales. En el ámbito educativo, Erales fue delegado del CONAFE y esto le permitió recorrer, durante siete años, toda la geografía de Quintana Roo, conocer sus gentes y sus pueblos para llevar la necesaria educación a las comunidades rurales e indígenas, más apartadas del estado. Esto caló fuerte en Erales. También, trabajó con jóvenes –indígenas muchos- que se capacitaban para tan honrosa vocación. En tiempos de su amigo Mario Villanueva Madrid, fue director de prensa, subsecretario de gobierno y director de transporte. El oficio legislativo no le es desconocido, pues fue diputado en la X legislatura estatal y regidor en la búsqueda de la presidencia de su ciudad capital.
Erales, hay que decir, es un hombre de izquierda a cabalidad que frisa los 70 años de edad, viene de ese priísmo popular y nacionalista (el mismo de donde abreva López Obrador), a ras de pueblos y que se hizo fuerte en el periodo de Mario Villanueva Madrid. Por supuesto, desde esta columna considero que sería un idóneo representante popular para la presidencia de Othón P. Blanco, los puntos y la estrategia ya están echadas.
¿Por qué Erales es un prospecto idóneo para la presidencia de Chetumal? Por múltiples razones: tiene experiencia y tiene madera y conoce a su pueblo; y cuenta, además, con algo importante que ningún político chetumaleño (salvo el retirado Villanueva Madrid) cuenta de forma natural: carisma, en términos weberianos. Y ese filón de carisma no sería nada sin otros elementos con que cuenta Erales: convicciones firmes de izquierda, cariño total a su ciudad, congruencia y ética de servicio.
El chetumaleño tiene un corazón y un sexto sentido para saber quién está de su lado, y no dudo que Erales es el primero en su lista.