Hace unos años en la prensa peninsular me topé con un artículo sobre las relaciones de Felipe Carrillo Puerto con la prensa, antes y durante su gobierno “socialista”. Como bien dice el maestro Felipe Escalante Tió, autor del artículo, desconocemos muchas aristas del cacique regional de Motul, hasta el punto de que, siguiendo la tónica acrítica impuesta por los que se dicen “herederos” de Carrillo Puerto, y que cada tres de enero recrean una especie de vampirización y misa laica en el Cementerio General de Mérida donde se encuentra la Rotonda a los Socialistas Distinguidos; en realidad contamos con más hagiografía que historiografía sobre la vida y obra del motuleño. Principalmente, más hagiografía en torno a sus últimos días.
La vida de don Felipe ha sido “narrada en forma compacta y lineal, prácticamente sin cuestionamientos, y salpicada de anécdotas románticas”, hasta convertir el día de su muerte en un “santoral del Estado” donde hacen presencia los políticos profesionales del priísmo desde 1926 (y de los morenistas venidos de las filas del viejo pri), cuyas ideas agraristas, indigenistas y de justicia social actuales, en casi 100 años de distancia, resultan diametralmente opuestas a las que Carrillo Puerto pensara para el Yucatán de ese entonces.
La hagiografía sobre Carrillo, que no así la historiografía, es vasta y diversa: desde el trabajo más acabado, pero a veces idealizado, de Manuel Sarkisyanz (tiene parrafadas de new age), hasta textos de colombianos y escritores del patio peninsular, así como tantos otros infumables tinterillos de la prensa diaria: a Carrillo Puerto, para estos historiadores y merodeadores de las márgenes de Clío, se le ha acostumbrado a prenderle velas desde el día siguiente de su asesinato cobarde a manos de los oligarcas del henequén, pero muy pocos, salvo el clásico librito de Francisco Paoli y Enrique Montalvo, los estudios de Gilbert Joseph y, recientemente, los trabajos de José Luis Sierra Villarreal, se han atrevido a estudiarle sin los tintes de la ideología, el oficialismo ignorante y el chabacano romanticismo en que incurren bastantes escritores de “izquierda”. En un texto anterior, recordé algunos tópicos que se le podrían tachar al periodo carrillista, y esto se puede sintetizar en que el motuleño fue, como sus enemigos de “clase”, todo, pero menos un demócrata.
En ese sentido, en el 101 aniversario de la muerte del líder motuleño, es pertinaz recordar una antigua crítica que el analista político, Pedro Echeverría, realizó en su momento: acerca de que Carrillo Puerto y su gobierno no puede ser tildado de “socialista”, y que era un hombre que no tuvo buenas relaciones con los pocos obreros yucatecos, pero sí con los campesinos. Los homenajes, las estatuas y las guardias de honor, son un vicio de la democracia en pañales, vicios que pueden ser considerados la herencia maldita de la larga escuela priista en el poder: Carrillo Puerto, nos recuerda el maestro Echeverría, “no aceptó a Marx, a la internacional, a Lenin, a los III internacional y sí a la CROM de Morones y Yúdico. No hay pruebas de haber traducido ninguna Constitución al maya ni tampoco que 60 mil campesinos estuvieran puestos a defenderlo. Así que en adelante echemos a un lado la propaganda y metamos más reflexión. No deben hacerse muchos homenajes a personas y sí analizar y discutir ideas”. Ya es hora que nos alejemos de enseñar y escribir hagiografía sobre Carrillo Puerto, para escribir y enseñar historia sobre el mismo.
En ese sentido, bien viene a cuento traer la historia de los últimos días de Carrillo, su periplo final hacia el oriente, su captura en la isla Holbox, y su envío final a Mérida donde se le hizo un consejo de guerra militar sumarísimo, para ser asesinado la madrugada del 3 de enero de 1924. Como la premura de este artículo nos compete ser sumarísimos, basta apuntar la tesis de que en la captura, uno de los que fuera mentores periodísticos del gobernador, jugó un papel de primer orden. Nos referimos a Carlos R. Menéndez. En ese sentido, basta citar cómo se refería Menéndez de Carrillo días después de su muerte (el artículo, para que no quede duda de su procedencia, lo firmaba Carlos R. Menéndez). Este artículo tenía por título “Después de la tragedia”, y había aparecido en La Revista de Yucatán el día sábado 5 de enero de 1924. Apuntamos un extracto:
“Al Apóstol de 1910, Apóstol de la raza de bronce cuya reivindicación anhelada por medio de la Escuela y del Libro, y, sobre todo, por la Libertad y la Justicia, dentro del amplio y liberal espíritu de la Constitución de 1857, Código hermosísimo que él traducía a los indios a la lengua maya…sucedió luego el propagandista exaltado, intolerante, arrollador, funesto efecto de lecturas de ciertos avanzado autores, cuyas ideas no pudo asimilarse por la falta de preparación especial…”
Menéndez se refería del gobernador asesinado, así, con esos epítetos que le endilgaba en su fresco cadáver. El periodista de origen cubano, también hablaba del “servilismo y la adulación” de sus “achichicles”, que hicieron llevar su gobierno al garete, pues le “cubrieron los ojos con su vendaje negro, lo embarcaron en la nave del Desastre, sin timón ni brújula, sin jarcias y sin velas, y lo abandonaron luego cobardemente en el mar encrespado del Náufrago, que embarrancó en los arrecifes de la Muerte”.
No dice nada del asesinato, no cuestiona la decisión funesta de los militares, no puso ninguna consideración sobre si el juicio y posterior asesinato, en realidad se trató de una justicia o de un ajuste de cuentas de la oligarquía, ayudados por los esbirros militares.
Después de que, en Yucatán, las aguas antirrevolucionarias habían descendido y los obregonistas retomaron el control de todo el país, se presentó una polémica en las páginas de La Revista de Yucatán, el diario que dirigía el conservador Carlos R. Menéndez.
A Menéndez se le tachó -con justa razón- de ser uno de los principales actores para lo que finalmente sucedió: la captura de Carrillo Puerto y su asesinato cruel, ocurrido el 3 de enero de 1924. Si uno revisa los ejemplares diarios de La Revista de Yucatán de ese periodo (véase el anexo fotográfico que inserto debajo de este texto), parece que el que daba caza y que alertaba con sus corresponsales a los militares sobre el camino al exilio de Carrillo Puerto, era el mismo Carlos. R. Menéndez. Menéndez, desde su diario, se defendió con uñas, garras y sobrada tinta, y se defendió más que bien.
Pero la enemistad con Carrillo Puerto, era de todos sabido. Recordemos cómo Menéndez, cuando subió al poder Carrillo Puerto, ni siquiera nombró al nuevo Gobernador hasta meses después en que comenzó a escribir su nombre en su revista.
Un ejemplo de esta especie de caza periodística, del trayecto hacia el malogrado exilio de Carrillo Puerto presentado por Menéndez en su diario, es esta portada de su periódico que inserto líneas abajo, junto con el retrato de un ya octogenario Menéndez, convertido en patriarca de los periodistas yucatecos. Casi le grita al oído a Ricárdez Broca, que por El Cuyo podrían dar caza a don Felipe.
Menéndez fue mentor periodístico del motuleño, pero de su gobierno fue férreo opositor; desde su diario se defendió con uñas, garras y sobrada tinta de los sambenitos que se le quisieron endilgar, y se defendió más que bien, pero no cabe duda que un algo, o un mucho, tuvo que ver en la captura del sóviet yucateco.
Anexos fotográficos: fotos de los ejemplares de la Revista de Yucatán (diciembre de 1923-enero de 1924)