Francisco J. Rosado May
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En medio de las celebraciones Guadalupanas, este 12 de diciembre se anunció la aprobación del Presupuesto de Egresos de la federación 2025. La versión aprobada por 353 votos, contra 128 en la Cámara de Diputados, en medio de tensiones y conatos de pleitos, tuvo modificaciones sustanciales a la propuesta original enviado por Hacienda. Los medios destacaron que esta vez sí se movieron varias comas.
Más de 44 mil millones de pesos del presupuesto 2025, fueron distribuidos. De este total se reasignaron 42 mil 105 millones de pesos, distribuidos, más o menos, como sigue. Unos 14 mil 984 millones a educación; unos 10 mil 720 millones para infraestructura estatal; unos 3 mil millones a Cultura. El campo obtuvo 898 millones más a lo asignado originalmente, mientras que Defensa vio un aumento de 6 mil 292 millones.
Las áreas que recibieron recortes fuertes ya sea al monto que solicitaron o al que inicialmente fue asignado, incluyen a medio ambiente, salud, seguridad y el INE. Todos importantes, pero así decidieron los diputados usar la cobija existente.
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Como cada año, la inercia de la discusión no fue hacia cómo hacer crecer el cobertor para cubrir mejor a las áreas que demandan recursos públicos sino cómo usar el tamaño del cobertor existente. Aunque ha habido comentarios por parte de personalidades como Monreal, en el sentido de hacer crecer la cobija mediante una reforma fiscal profunda, no se ha concretado porque esa medida puede implicar demasiado descontento social.
Quizá es momento de retomar otras miradas. Esa que solo se dirige a la recaudación fiscal siempre tendrá el inconveniente de la presión social. La cobija puede crecer si se establece un andamiaje adecuado para favorecer el crecimiento económico bajo parámetros de sostenibilidad y de respeto a los derechos humanos. ¿Difícil de lograr? Sin duda. Para hacerlo hace falta ingenio, innovación, creatividad, política pública e inversión inicial. Todo esto se incuba, se desarrolla y es aplicada por personas, nada más. Por lo tanto, la formación de las personas que podrían lograr ese cambio es necesario e indispensable.
En octubre pasado salió el libro “Pobres porque quieren. Mitos de la desigualdad y meritocracia” de Máximo Jaramillo. El autor busca desmontar los distintos mitos como los pobres son pobres porque quieren, con esfuerzo y talento cualquiera puede volverse millonario, la educación te sacará de pobre, los programas sociales hacen dependientes del gobierno a sus beneficiarios, que sostienen la narrativa meritocrática en sociedades con desigualdad extrema y creciente, como la mexicana. Hay argumentos sólidos, pero no descarta que la calidad en educación junto con políticas públicas que permitan el desarrollo del ingenio y la innovación pueden ir de la mano. Y es aquí donde hay que detenerse para pensar en alternativas.
Si tan solo tuviésemos un sistema de selección de funcionarios, especialmente en instituciones de educación superior, que tengan formación y experiencia, y además se exija rendición de cuentas y se castigue la impunidad en el mal manejo de recursos y pésimos resultados en calidad educativa y de investigación, por estar atentando contra el desarrollo del país, estaríamos en otras condiciones.
Sí se puede cambiar comas; no hacerlo implica no alcanzar la innovación que necesita urgentemente el cobertor presupuestal.
Es cuanto.