Por Jorge Manriquez Centeno
LOS ESPEJOS ALARGAN LA CONCIENCIA
Espejos: sombras, cadenas, rĂos…
“El mundo es un espejo. Te puede llevar por todos lados, depende como lo mires”, pienso.
Los espejos dispersan realidades.
Los espejos alargan la conciencia.
Son dispares. Son fango ajeno, océano propio. O a la Inversa.
Es como estar en la “Casa de los Espejos” del Bosque de Chapultepec: puedes reĂrte hasta el cansancio al reconocerte en tus propias sombras y destellos.
(DecĂa mi abuela Dolores: “Antes de juzgar a alguien primero mĂrate en el espejo”, y me he mirado en el espejo, abuelita, y no le encuentro la cuadratura al cĂrculo.)
Si los miras bien, todo lo reflejan: depende cómo y cuándo te observes en esas superficies lisas, diáfanas o empañadas.
Puedes ver lo que te rodea.
Algunos no tienen marco, y debes andar con cuidado para no cortarte con sus filos relucientes.
Los filos de la memoria son relucientes.
Los espejos te pueden llevar a todos lados.
Suelo pensar que todos llevamos un espejo y, poco a poco, o de repente, lo limpiamos con agua y periĂłdico para que no estĂ© empañado. Cuando dejamos de vernos en ese espejo, podemos irnos por la tangente, esa lĂnea abisal que está a tu lado, y donde todo, todo, puede ocurrir: un dĂa respiras, pero te sientes mal, y el vaho oculta tu imagen… Caminas y te agitas y todo es rojo hasta cuando volteas a ver el sol y ya no te refleja. Entonces te encierras. Las venas son verdosas por esa energĂa que te mantiene erguido por las calles, pero al llegar a tu casa sĂłlo quieres dormir o tensar el brazo y recorrerlo con ese hermoso filo. Te sonrĂe.
Y del agua rebrotan burbujas que todo se lo llevan.
Sucede que te ves en ese espejo y hasta te despeinas para poder dormir en santa paz.
Otras veces, te dan ganas de reir a carcajadas, gritar a carcajadas porque la vida te sonrĂe y esa lĂnea abisal es un prado verde, donde te recuestas, miras hacia el sol y haces lo que tu chingada gana quiera hacer, y empieza una llovizna, una genial llovizna que todo lo puede. La vida es esplendorosa como ese Pi (Ď€) que todos llevamos dentro.
Estas en el filo de un precipicio y gritas. El eco te devuelve mariposas o murciélagos.
Es difĂcil levantar las piedras para ver en lo que te has convertido, amigo.
Fuiste a la estaciĂłn “100 Metros”, amigo, y antes de que subiera al autobĂşs, pusiste tu mano sobre su hombro, le diste un beso en la mejilla. Pero no abriĂł la ventanilla para despedirse. Todo habĂa acabado.
Y en esa estación hay flores, flores, esperándola. No es ella.
Todos caminan de prisa. Sales y hay un salvaje cielo nocturno. Vas caminando mirando hacia abajo. Pateas latas vacĂas y ese sonido te devuelve su silencio. Vas a un bar y te quedas clavado como estaca. Te observo, me acerco a saludarte, pero retrocedo. Estás absorto escuchando mĂşsica, alejándola, acercándola. Pagas. Sales sin ver a las personas y caminas con las manos en los bolsillos vacĂos, pasas tiendas, oficinas, y tiendas departamentales, y antes que se oculte el sol quieres ver su imagen una vez, una vez más, sobre todo su sonrisa. Llegando a casa tomas un libro. Lo cierras: prefieres dejar ahĂ las mariposas que aletean su partida.
…
Al dĂa siguiente vas a la oficina, y las horas son una larga prolongaciĂłn de silencios.
…
Para disipar las imágenes, caminas de prisa a lo largo de todo Tlalpan. Luego tomas un taxi. Estas en la librerĂa “Gandhi”, donde haces malabares entre esos espejos redondos con mirada de fondo de botella, y estás de acuerdo con Borges, ya no es mágico el mundo.
Tengo ganas de decirle que, pasando los años, la felicidad brillará como metal pulido con “Brasso” y de lo único que podemos estar seguros es que el tiempo arrampla con todo.
Lo mejor es que camines, amigo, y que los espejos de las tiendas departamentales, las calles, te devuelvan tu imagen.
SUEĂ‘OS
Hay sueños reparadores: te levantas de la cama, ligerito, y quieres comerte el mundo
La mayorĂa de las veces el sueño se interrumpe por fugaces parpadeos que lastiman la oscuridad. La mĂşsica es inmensa: abre y cierra puertas. Ves por la ventana y no llega. No llegará. El viento se lleva todo entre sus ramajes.
Recuerdas que, cuando la conociste, tomo una libreta y escribiĂł su nombre y telĂ©fono. Enseguida la frase: “Pero me hablas, ¡eh!” La libreta la dejaste por ahĂ, siempre está por ese lado. Evitas mirarla, pero no puedes tirarla al bote de la basura.
Te acuerdas que la segunda vez que la viste, le gustaba la música de los Beatles, y tú te ibas más por los Stones, pero congeniaban: una rola para ella, otra para ti, alternando con vodka, que les elevaba la sonrisa al mil por hora.
Hoy no hay Beatles, Stones ni martinis, cosmopolitans, sex on the beach, unicornios, dragones, y todos esos exĂłticos tragos que le preparabas e inventabas, y reĂan, y arqueaban sus cuerpos tensando el horizonte, para amanecer acurrucándose en amaneceres que no volverán.
No volverán, no volverás… debes repetirlo muchas veces, para que puedas dormir. Es mejor que dobles su almohada. Esa que le dio forma a su cuerpo, en largas noches de amor a la luz de la luna. La luz iluminaba su cuerpo. Lo delineaba.
Hoy cierras las cortinas y tratas de dormir. Te observas minuciosamente en el espejo. Y hay dolor de cabeza, que baja como cascada.
Ganas de no estar aquĂ, encerrado en esas imágenes.
Insomnio.
…
Oficina.
…
Los dĂas son una larga prolongaciĂłn de ruidos, silencios.
Despiertas, bañas, caminas, llegas a la oficina, bebes varios cafĂ©s. No tienes ganas de hablar, y quieres cerrar los ojos, pero estás en tu escritorio, rodeado de compañeros y compañeras de oficina, tienes que sonreĂr, hacer oficios, un informe, un pinche informe que urge redactar. Tienes que bajar y subir escaleras, aligerar el paso, cuando sabes que la carga es muy pesada, porque tienes un cansancio de los mil demonios: está quemando tus ganas de vivir.
Vas a tu casa.
Te encierras en ti mismo.
No quieres platicar con nadie, ni escuchar mĂşsica. Mucho menos contestar el celular. Es ruido.
El ruido del ventilador, las voces en la tv te enervan.
Quieres estar solo
Solo.
Quieto.
Cierras los ojos y tratas de dormir.
Son las 4.03, y escuchas unos perros que ladran a lo lejos.
Todo está lejos.
Hasta tu silencio.
…
…
Amigo, deja de mirarte en los espejos, y empieza a vivir.