Por Agustín Labrada
Con su apellido sueco y una obra muy seria, Aline Pettersson es una voz narrativa de sostenido oficio en las letras mexicanas. Acercarse a su feudo puede ser una aventura como entrar a la música de Wagner o seguir los secretos de un camino en el bosque. Sencillez y hermosura, energía y agudeza, imaginación y realidad se fusionan y entretejen entre muchas páginas su prosa.
Esa obra abarca, entre otros títulos, la colección de cuentos Más allá de la mirada; los libros para niños La princesa era traviesa, Clara y el cangrejo, y El papalote y el nopal; el poemario Cautiva estoy de mí; y las novelas: Querida familia, Piedra que rueda, Los colores ocultos, Círculos, Proyectos de muerte, Casi en silencio, Sombra ella misma, La noche de las hormigas…
Para Silvia Molina, autora de La mañana debe seguir gris: “Aline es una escritora que merece una mirada atenta a su trabajo. Ninguna como ella ha sido tan tenaz y ha escrito desde la soledad con tanta perseverancia. Nadie como ella se ha ocupado de la intimidad, de la vida que se va como en un suspiro y que los protagonistas de sus novelas y cuentos tratan de rescatar del olvido.”
Además de escribir y de haber merecido el Premio Literario Internacional Gabriela Mistral por el conjunto de su obra, Pettersson ha dedicado años a la enseñanza de la literatura en la escuela de la Sociedad General de Escritores de México, otro modo de crear y leer la vida desde un caleidoscopio estético. Ambas actividades le conceden a Aline el privilegio inteligente de la opinión.
¿Puede definir las principales tendencias estilísticas que se manifiestan hoy en la narrativa de México?
Creo que hay una proliferación de novela histórica y esto también llevaría a una cuestión autobiográfica, porque se buscan nexos entre lo público y lo privado. Por un lado, incide el proceso de crisis que vive el país y, por otra parte, no se pueden negar estas fechas milenarias, que hacen que uno tienda inevitablemente la vista hacia atrás para ver qué pasó y cómo se ve el futuro, y una forma de hacerlo es buscando en la historia pública explicaciones de la vida privada.
¿Qué formas o estructuras del arte narrativo se privilegian?
Hay mucha gente que escribe cuentos. Sin embargo, tienen menos éxito comercial que las novelas. No entiendo muy bien por qué, pero ese es el criterio de los editores. Por ejemplo, el mejor libro de Juan Villoro es de cuentos y se llama La casa pierde. Como él, hay mucha gente que está escribiendo cuentos y a algunos se les hace más difícil publicar esos cuadernos que una novela. También entiendo que se han roto los géneros y la gente escribe cosas diversas que tienen con ver un poco con el ensayo, con cierta ficcionalización de asuntos, y no necesariamente con un género canónico.
¿Cuáles son los temas fundamentales que abordan los narradores de la posmodernidad mexicana?
Cuando se plantean como posmodernos, intentan hacer cosas de estructuras diversas que les permitan estar inscritos dentro de algo llamado posmoderno. Yo no sé hasta qué punto esos escritores lo hacen porque así les nace o porque las circunstancias y el nombre mismo de lo posmoderno los obliga a hacer una yuxtaposición de estilos y maneras, quizás algo tramposa, para estar dentro de la moda y la época.
¿De qué manera influyen en la narrativa literaria otras alternativas de la ficción como las telenovelas, las películas, las novelas radiofónicas y los cómics…?
En mi obra personal no aparecen, pero sí creo que está presente en la generación que se asume como posmoderna. Ellos tienen otra manera de enfrentar el texto y a veces se van a la imagen, no a la cinematográfica, sino a la imagen más esquemática o más esencialista del cómic. Hay búsquedas interesantes y lo afirmo porque por mis ojos han pasado textos de jóvenes talentosos, donde he visto estas exploraciones.
¿Cómo recibe la crítica y los lectores el arte narrativo?
Este fenómeno es muy variado, porque la crítica académica se diferencia de las reseñas que aparecen en los periódicos y en las revistas. La crítica académica es conservadora, aunque sus fundamentos críticos sean los últimos, pero le cuesta más tiempo incorporar modos no canónicos, experimentales. En cuanto a los lectores, se agradecen los que haya y lean lo que se produzca. Los lectores no tienen ideas muy definidas y muchas lecturas tienden a ser conservadoras. No existen muchos que busquen novelas con tratamientos elaborados, la mayoría va tras las novelas de acción, que se privilegian en supermercados y aun en librerías, y que se caracterizan por su facilismo. La actividad lectora ha bajado y el grado de dificultad que ofrezca una lectura es el mismo grado que aleja a un número mayor de lectores. En ese sentido, hablo de un mal momento, porque realmente hay una pujanza en la buena escritura.
¿Hasta qué extremo la Escuela de la Sociedad General de Escritores de México contribuye con la formación de nuevos escritores?
Muchos de los escritores que han tenido o comienzan a tener éxito han pasado por la escuela. Los alumnos tienen muy distintos niveles de calidad. No sé si la escuela los convierte o no en mejores escritores. Lo que sucede es que, precisamente porque la literatura no vive su mejor momento de proyección pública, quienes escribimos nos sentimos un poco aislados, y así cuando uno encuentra una especie de jardín donde puede pasearse conversando de algo que le gusta, este espacio se vuelve entrañable. Esto ha hecho que mucha gente talentosa se acerque a esta escuela, donde enseño desde hace años en un semillero de afectos.
¿Cuáles son las mejores obras narrativas mexicanas del siglo XX?
La sombra del caudillo, de Martín Luis Guzmán, me parece una novela espléndida. También Al filo del agua, de Agustín Yáñez. Juan Rulfo trascenderá con Pedro Páramo, novela bastante más difícil de lo que uno podría pensar, pero muy mágica y atemporal. Otra novela extraordinaria es Los recuerdos del porvenir, de Elena Garro. Esas novelas quedarán en la memoria de los siglos. Las narraciones de Juan José Arreola, que están llenas de pericia literaria, de imaginación y de encanto. Debo incluir, claro, El llano en llamas, de Juan Rulfo. Es imperativo.
¿Qué función real cumplen las revistas literarias y los suplementos culturales?
Deberían cumplir una función importante si están bien hechos y permiten al lector acercarse al trabajo de escritores, periodistas y artistas. Es una manera de dar a conocer qué hace la gente. Muchas veces descubro que se reseñan poco a los autores que están publicando, porque los reseñistas prefieren acudir a la obra de escritores consagrados, algunos muertos, y no errar al apostar por una pluma nueva.
¿Cómo valora las novelas escritas por mujeres?
Mientras se siga enfatizando que hay una literatura escrita por mujeres, que entre paréntesis se vende más que la de los hombres, no se romperá este dique que separa lo que escriben los hombres y lo que escriben las mujeres. Para decir la verdad: yo crecí –por fortuna para mí– en una familia donde el machismo no era rector. En mi matrimonio tampoco descubrí eso y hasta determinado momento creí que el machismo –del que tanto hablaban y muchos extranjeros comentaban por escrito– era una especie de caricatura, pero empecé a tratar a muchos escritores mexicanos y me di cuenta de que el machismo impera de una forma horrible. Entonces, creo que seguir haciendo énfasis en la división, aunque las mujeres vendan más novelas, es mantener una mirada paternalista y condescendiente y ahora envidiosa con la que yo no estoy de acuerdo.
¿Aún se escriben historias rurales?
Sí, pero sobre todo en ciudades de provincia donde el campo no está tan alejado de lo que pueda estar, por ejemplo, en la Ciudad de México. Por otra parte, no creo que lo rural desaparezca del todo nunca, es nuestro origen y sustento, pero en estos tiempos posmodernos lo rural se ve anacrónico, porque el punto de vista tiende a ser costumbrista y decimonónico. Ojalá y llegue pronto una obra que me desmienta.
¿Qué ocurre con la literatura para niños?
Es algo que especialmente me interesa. Tengo libros escritos para niños con los que económicamente me ha ido bien y son libros que se venden tanto en Latinoamérica como en Estados Unidos, y uno de ellos está, incluso, traducido al japonés. Me causa bastante gracia que pueda reconocerlo sólo en las imágenes del ilustrador ya que, desafortunadamente, en esa lengua no entiendo ni mi propio nombre.
Se escriben muchos cuentos para niños, pero hay en ellos todavía el vicio de querer llenar de moralejas los relatos o considerar que los niños son estúpidos. El niño es bastante inteligente como para necesitar la obviedad de una moraleja que lo va a hacer odiar la historia y odiar la afición a la lectura. Si el cuento le aburre a un adulto, igualmente le va a aburrir a un niño, dijo Claire Lisspertor, y yo suscribo su opinión.
Los autores que publican en provincia o en editoriales marginales, ¿nunca serán plenamente reconocidos y valorados?
No soy profeta y desgraciadamente lo digo porque yo conozco textos extraordinariamente buenos de gente que no consigue publicarlos en editoriales importantes y muchas veces ni en las marginales. Y no es porque al texto le falte calidad literaria, sino porque a esa gente le falta el conocimiento de mercadotecnia personal, es decir: venderse. Con eso no me refiero a prostituirse, sino a hacer una labor de mercadeo importante y no todos los escritores son capaces de hacerlo, en detrimento de muchos buenos textos que quedarán inéditos o muy mal conocidos.
¿Cuáles son las motivaciones que la llevan a escribir?
Escribo porque me da mucho placer y ese acto calma mi desasosiego. Escribo para buscar ese otro que no soy yo, ese otro que puede decirme algo y encontrarme a mitad de camino. Me encantaría decir que busco mucho dinero, pero en realidad lo que yo escribo no tiene un fuerte imán monetario, no soy capaz de cambiar de estilo por esa clase de razones. Lo que hago es buscar el encuentro con el otro y no dudo que detrás debe galopar la neurosis.
¿Tiene ritos?
Me gusta caminar y soy capaz de no ver la contaminación de la Ciudad de México: muchos de sus contaminantes son transparentes y todavía descubro el cielo. Caminar no sólo me estimula para escribir, sino también para pensar. Mis problemas intento resolverlos así. Escribo, camino y vuelvo a escribir. Soy una esponja, y mientras escribo voy viviendo con la misma intensidad y me voy llenando de nuevas impresiones y modos. Dice Vladimir Nabokov que cuando uno escribe de algo personal se vacía de ese recuerdo y se pierde, pero eso no quiere decir que uno no vuelva a llenarse con momentos intensos.
¿Qué ganancias le ha dejado la literatura?
Me ha permitido tener encuentros con gente muy espectacular y entrañable, y hasta cuestiones amorosas se han suscitado a través de mis libros. Algunas personas me buscan porque se sienten reflejadas en algunos personajes como ha pasado, por ejemplo, con la reedición de tres novelas mías en Lecturas Mexicanas, volumen que yo llamo Colores y sombras y ahí está Círculos.
Me tomó varios años escribir Círculos, a pesar de su brevedad. La hice de varias maneras y retratando un momento de mi generación, de una generación de tránsito donde los valores de los padres eran obsoletos y había una especie de brinco hacia otras formas, pero en determinada edad el personaje protagónico –una joven mujer de entre veintiocho y treinta y dos años– estaba atrapado por las redes sociales y familiares.
Escribí sobre una mujer atrapada en una familia con hijos y marido, porque me di cuenta (en aquel tiempo) de que no importaba la condición social ni nada para que las mujeres de esa edad –que era la mía entonces– estuviesen atrapadas, y esa historia me abrió las puertas con Salvador Elizondo, quien fue muy entusiasta con el libro y escribió una carta que me sirvió de prólogo para la primera edición.
Escritores hombres fueron elogiosos con mi novela de una mujer aprisionada. Esta circuló en el país durante años a través de fotocopias, el tema de las mujeres no se había puesto de moda. Cuando se reeditó, me vino a entrevistar un joven periodista y me conmovió que me dijese que él se sentía tan atrapado por la vida como el personaje de Ana. Satisfacciones como ese encuentro ha podido darme la escritura.