Por Gilberto Avilez Tax
Para entender el sistema político quintanarroense actual, donde las guerras intra-tribales del partido Morena (gobernando buena parte del estado y con serias y enormes posibilidades de agenciarse con la victoria por la gubernatura, sea quien sea su candidato), hay que remontarnos al pasado reciente de este estado, que fue de los últimos en todo el país en entrar a la alternancia política, y esta se dio apenas hace cuatro años, cuando la enésima crisis entre las élites quintanarroense –o las familias gobernantes cozumeleñas y, por rebote, las chetumaleñas- dio como consecuencia la separación de una de las cabezas de esta oligarquía tropical[1] por habérsele cerrado la posibilidad de abanderar al partido oficial. Todos sabemos lo que sucedió en ese año axial de 2016: la salida del actual gobernante de su partido tricolor, la derrota estrepitosa del priísmo comandada por ex priístas, y la llegada de un “gobierno del cambio” con un timonel que pertenece a dicha oligarquía cozumeleña.
La pregunta es, de 2016 a la fecha, ¿cambió en algo la moral pública y la forma de hacer gobierno y la creación de políticas públicas que refuercen la ciudadanía y construyan las bases para modificar las lancinantes desigualdades sociales que aún subsisten y se hacen más evidentes en la zona maya?, ¿se ha escorado el gobierno “del cambio” hacia unas posiciones más democráticas y liberales?, ¿ha habido una nueva narrativa de valores que pugnan por la transparencia, la rendición de cuentas, el combate a la corrupción, la supresión de los excesos en el gobierno, el fin del culto a la personalidad, la nueva relación más democrática con los pueblos indígenas, la aceptación del disenso político y pugnar porque los valores de la diversidad política se acrecienten? Y englobando estas cuestiones, preguntemos, ¿se puso en primacía el diálogo en vez de la confrontación autoritaria?
Sin ser radicales en nuestras apreciaciones, podemos decir que el gobierno actual ha tenido mejoras en cuanto a la diversidad política se refiere: es tolerante con las voces críticas. Es un hecho que el Quintana Roo actual, no es el Quintana Roo cerrado y violento en cuanto a torpedear el disenso político, y que acunó la bestialidad del gobierno de Villanueva Madrid[2], o el Felixismo-borgismo. Asimismo, en algunos rublos como la transparencia y el “gobierno abierto”, al parecer ha habido mejoría con respecto a anteriores gobiernos. Sin embargo, en las percepciones de la gente, todavía se percibe “mucha corrupción” en sus municipios, en las instancias gubernamentales, en la prensa y los empresarios, en los partidos y los sindicatos que registran los peores niveles de confianza de la ciudadanía, y apenas los que la libran “de panzazo” esta confianza ciudadana, son algunos organismos de la sociedad civil. Ocho de cada diez quintanarroenses, piensan de esa forma, que la corrupción, tan campante y escandalosa en tiempos del Felixato, no ha amenguado mucho.[3]
Y esa corrupción tropical fue la marca de gobiernos canallas en el estado como el estilo personal de gobernar que acaeció en tiempos de la “oncena trágica”, lo que designé como el Felixato (2005-2016), con el capo de tutti capi, jefe de los actuales petistas (Hernán Villatoro, Areli Camargo Chávez, Rivelino Valdivia), morenistas (Pech Várguez, Marybel Villegas Canché, Luis Alegre), los viejos de Movimiento Ciudadano (Chanito Toledo, Raymundo el inmundo King de la Rosa), casi todos los verdes (la más encumbrada, la felixista presidenta de Puerto Morelos, Laura Fernández, que quién y quita y puja, con su padrino, para agenciarse la candidatura de Morena-Verde-PT por la gubernatura) y los priístas que todavía quedan. Del mismo modo, aún dentro de las filas del “gobierno del cambio”, han habido felixistas de hueso colorado, como cierto cacique de la Zona Maya que un día, como prueba fehaciente de su abyecta fidelidad, bautizó un teatro de su pueblo con el nombre de la esposa del ex gobernador, Narcedalia Martí de González, y que en tiempos recientes cambió para maquillar la impresión de que en Quintana Roo existen municipios que viven en una especie de burbuja del tiempo, maniatada por caciques cerriles, y con una pobreza estructural de su inmensa mayoría maya, que repercute directo en la poca cultura cívica y ciudadanía activa.
¿Pero qué entendemos por el Felixato, por esa muy particular forma de hacer gobierno en Quintana Roo? En palabras llanas, el Felixato o Felixismo, se trata de ver en la política un “negocio perpetuo”, o como piensa uno de los socios y amigos íntimos del ex gobernador González Canto, la idea de que “detrás de cada proyecto, hay un gran negocio”.[4] Y ese negocio, comenzado en el gobierno de González Canto, se prolongó otro tanto en tiempos de “su botarga” y “chivo expiatorio”, Roberto Borge Angulo. En el 2016, apunte esta conceptualización rápida, de lo que puede significar el Felixismo:
“Ya es hora de decir, que en los 11 años de gobierno reciente (2005-2016), no hubo dos gobernadores sino uno solo: Félix Arturo González Canto, un hombre que nunca ha dejado de mover los hilos del poder en Quintana Roo, y lo que hemos tenido, habría que nombrarlo, los historiadores, como el Felixato, un largo periodo de desgobierno de un solo hombre, de un solo cozumeleño. El Felixato habría que definirlo basado en un gobierno de “escándalos y danza de millones”, con autoritarismo que se acrecentó cuando González Canto le arrebató a la oposición un triunfo en el 2010 y dejó en el poder a su lugarteniente, la Botarga. Con antecedentes en el Maximato (1928-1934) en el que don Plutarco Elías Calles gobernó como jefe máximo al país, el Felixato tuvo en González Canto a su padrino, a su jefe indiscutible, el hombre que se dio el lujo de poner a dos candidatos del PRI quintanarroense para la Gubernatura. Su ejemplo regional, desde luego, con diferencias profundas en la forma de gobernar, fue el largo dominio político que tuvo en Yucatán don Víctor Cervera Pacheco, quien gobernó 11 años, pero cuyo poder omnímodo llegó al cuarto de siglo (1975-2000).[5]
Pero habría que utilizar un poco más la teoría de las instituciones políticas de este estado, y la cultura política implícita y explícita entre las élites gobernantes, para entender cómo fue que surgió el Felixato. Nada se crea de la nada, eso es una verdad de Perogrullo, y menos un personaje como el que señalamos se creó de la nada, su fuerza nutricia se concatena con una cultura política quintanarroense burocratizada, autoritaria y con poca competitividad en todos los sentidos (no sólo político), que confeccionaron un “equilibro institucional” autoritario. Sin duda, uno de los trabajos recientes para poder explicar este “equilibrio institucional” que dio como consecuencia el Felixato, es el trabajo del investigador por la UABC, Gerardo Hernández (2017). Hernández analizó en su artículo la larga alternancia política en Quintana Roo, utilizando enfoques del nuevo institucionalismo, las coyunturas políticas, los actores y la sociedad y su “cultura política. La alternancia, hay que decir, no inicia en 2016 sino en el año 2002, en el que comenzó una serie de resquebrajamientos y posiciones ganadas por la oposición en los municipios. La alternancia política, en distintas regiones del país, no significó la consolidación de regímenes democráticos, menos fue garantía de un cambio en la cultura política y el diseño de las políticas públicas. Para el caso de Quintana Roo, en cuatro años de gobierno del cambio, en algunos bolsones rurales, la democratización se encuentra empantanada (es el caso de los municipios de la zona maya, donde se formaron cacicazgos recientes como el de Lázaro Cárdenas o la triste situación caciquil de José María Morelos, con una cultura política premoderna, de botín y de franco saqueo desde tiempos del “jefe” Germán Parra López, un vividor de la política antes de su debacle en el 2018[6]). El equilibrio institucional, siguiendo a Douglas North, puede entenderse como “las reglas del juego” de una sociedad, o más idealmente, las limitaciones ideadas por el hombre que dan forma a la interacción humana.[7] En el caso de Quintana Roo, este equilibrio institucional respondía a una élite oligárquica que durante mucho tiempo dominó y domina la escena política, se configuró con bajos niveles de democracia, fue un enclave autoritario, construyó una relación de servidumbre clientelar con los grupos menos favorecidos e históricamente marginados (el indigenismo y neoindigenismo con los mayas y otros grupos indígenas), dio muestras de excesiva corrupción administrativa, enriquecimiento ilícito, compró y adocenó a la prensa,[8] y en donde la sociedad civil se difuminó en algunos momentos debido a la incesante carga coercitiva de un Estado burocrático-autoritario, o se escoró al endiosamiento acrítico de sus gobernantes (es el caso del mito de Mario Villanueva entre los chetumaleños).
“La impunidad es condición necesaria para que la maquinaria siga funcionando”, es un dictum del ex presidente Miguel de la Madrid Hurtado, que tal parece que en el equilibrio institucional con el que fue perfilado el sistema político quintanarroense, es condición sine qua non para que siga funcionando, aunque a veces se tenga que sacrificar, cada cierto tiempo, a un chivo expiatorio para limpiar la pudridera de Fuenteovejuna.[9] Por una red de despojos, juicios amañados en juntas de conciliación y arbitraje, en tiempos de Borge, mediante compras irregulares pero avalados por el Registro Público de la Propiedad, varias empresas y particulares fueron despojados de sus bienes a través de la maquinaria institucional. Borge sabía el cochinero que había hecho y sabía cuál familia en ese entonces tenía el derecho de picaporte con el Presidente de la república, no quería ir preso, y es por eso que, en el tramo final de su mandato, con un congreso a modo (en el que se encontraban algunos personajes ominosos que hoy se presentan como paladines de la democracia en la 4T), confeccionó un paquete de impunidad para que no fuera tocado, lo que no le valió mucho pues se demostró su inconstitucionalidad y fue defenestrado en el sexenio siguiente.[10]
Borge está en la cárcel, no es inocente, es un criminal de cuello blanco que solamente hizo uso de los mecanismos institucionales corruptos del sistema, pero es un chivo expiatorio necesario para que el sistema político quintanarroense siga funcionando. ¿Chivo expiatorio de quién? En la Fiscalía General del estado, existe la carpeta de investigación FGE/FECC/OPB/05/2883/2018 que duerme el sueño de la muerte de la justicia tropical, y es una carpeta incoada en contra del ex gobernador Félix González Canto, iniciada tras la denuncia en 2017 por la presidenta de Somos Tus Ojos,[11] Fabiola Cortés Miranda, que no se ha llevado ante un juez de control por omisión o tortuguismo interesado de las instancias correspondientes. En esa carpeta de investigación (son cinco tomos, consta de miles de páginas y cientos de datos de prueba), se desprende datos de prueba que hacen presumir un enriquecimiento ilícito de González Canto y sus familiares: “Adquisición de terrenos, casas y departamentos; obtención de patentes de alcohol y operación de restaurantes y bares, son algunas de las actividades en las que habrían participado las personas referidas, actos que se encuentran documentados en la carpeta de investigación engrosada por miles de hojas”.[12] Esa fue la tónica del Felixato, que en once años urdió, en el espectro económico, social, político y hasta académico y cultural,[13] toda una tupida trama de complicidades, nexos, fidelidades, negociaciones, amarres, enroques, amistades que en menos de 4 años es imposible que se modifiquen, a pesar de que algunas cabezas menores se autoexiliaron del estado.[14] Y en ese sentido, asentimos con la tesis de Gerardo Hernández: el “equilibrio institucional”, las reglas del juego del poder en el estado, sigue teniendo las mismas coordenadas que en su momento fue utilizado en el Felixato: no ha cuajado, no se ha permitido un desarrollo de valores democráticos, sigue habiendo visos de un estado burocrático autoritario (EBA), con deficiente responsabilidad ciudadana (esto es imposible en zonas de alta marginación como es el caso de la Zona Maya), aunque sí se ha pasado a una diversificación del control político, pero esta diversificación, como sucediera en el vacío político que se creó al final del periodo de Joaquín Hendricks Díaz, solo se da dentro de un solo partido: ya no es el PRI hegemónico, es Morena Quintana Roo y su carnaval político, sus más de tres comparsas buscando la candidatura, y cuyos miembros formaban parte del conservadurismo priísta, y que hoy se disfrazan de progresistas, aunque hay algunos que se dicen “auténticos”, y otros nomás “tente en el aire”.
Al respecto, hasta tiempos recientes, y consolidado en el Felixato, Quintana Roo contó con algunas de las características del Estado burocrático autoritario, que hemos citado párrafos arriba y que fue apuntado sus características por Guillermo O’Donell: en el Caribe mexicano, se ha tenido una estructura de clases subordinada a las fracciones superiores de una burguesía altamente oligopólica y trans-nacionalizada (los testaferros políticos de los turisteros); en cierto tiempo, mediante los mecanismos de la extra-legalidad y el espionaje a la oposición (ejemplo, el “fontanero” de Borge, Isaías Capelline Lizárraga, asesinado en el tramo final del sexenio anterior[15]), adquirió peso decisivo la especialización de la coacción; fue, también, un sistema de exclusión política de un sector activo que ejerce controles severos tendientes a eliminar de la escena política a la ciudadanía, a la oposición y a la democracia política. A este sistema de exclusión política, se aúna el de exclusión económica del sector popular (los mayas y el fin de su autonomía, las franjas depauperadas de las colonias populares en las ciudades turísticas donde se ensaña la violencia del narco) y se promueve la normalidad económica (el paradigma turístico, reforzado más en tiempos de la pandemia) y un patrón de acumulación del capital (turistero) fuertemente sesgado en beneficio de los testaferros oligarcas y las firmas turísticas transnacionales.[16]
Además de esto, podemos hablar de esa cultura autoritaria que todavía persiste en buena parte de las élites quintanarroenses, sean del partido que sea. Recordemos que la cultura política, es el atributo de un conjunto de ciudadanos que siguen una misma pauta de orientaciones o actitudes ante la política: son respuestas a hechos, a actores, a situaciones, a discursos de la legalidad o a situaciones cotidianas, y descansa en una serie de evaluaciones, valoraciones e interpretaciones de ellos.[17] ¿Y cuál es la cultura política de Quintana Roo? A mí me sorprende como es que existen, en miembros de Morena Quintana Roo, una posición acrítica con respecto al mito de Mario Villanueva. Esto, así como el silenciamiento y una especie de olvido de los años terribles del Felixato, así como el dar cabida y rango a personajes políticos que fueron activos miembros de ese periodo, nos dan pautas para hablar de una cultura política que tolera la corrupción, que engrandece al “líder necesario” (antier fue Félix González Canto, hoy es el presidente Andrés Manuel López Obrador, ¿mañana quién será?), que utiliza el lenguaje de la legalidad para disfrazar más su descreimiento del derecho, que favorece y se robustece con las desigualdades sociales, que prefiere las componendas de grupo a la explicación de sus decisiones en la plaza pública. Por eso Morena Quintana Roo, salvo los pocos hombres y mujeres de la verdadera izquierda que están en ese partido (pienso en Ricardo Velasco), se encuentra plagado de personajes que vienen directo de esos años del Felixato. El joaquinismo, a mi parecer, no supo o le faltó tiempo construir y favorecer a una real oposición con un sesgo y talante democrático: prefirió seguir en el sistema de la vieja institucionalidad; y en la vorágine política acaecida en el 2018 y el giro del estado hacia la 4T, los felixistas, y algunos borgistas, ya habían comenzado desde mucho tiempo pergeñar un plan B, hasta un plan Z, para regresar por sus fueros a la toma del poder en 2022, aupados por esta vorágine lópez-obradorista. Eso desde temprana hora lo manifesté en mi columna. Cito un trabajo mío de noviembre de 2016:
“Mientras tanto, y contrario al ‘dejar hacer-dejar pasar’, que al parecer es la tónica actual del joaquinismo en el poder, la sierpe, la hidra maldita de mil cabezas del borgismo-felixismo, no se detiene: para ellos, contrario a varios ingenuos, la confrontación política no acabó el 5 de junio [de 2016]. Desde esa fecha, al saberse los resultados, arguyo que comenzaron a armar un bien elaborado plan de zapa contra los joaquinistas… Y es que, pregunto, ¿cómo la hidra de cien cabezas puede estar desorganizada si tuvieron el poder durante 11 años? En ese largo periodo, un buen tiempo para construir un “bloque histórico”, reformularon el Estado de Quintana Roo a su imagen y semejanza. Compraron conciencias, se hicieron de dinero hasta la ignominia, malbaraton el estado, confeccionaron trampas y resquicios jurídicos para remachar su poder, se hicieron dueños de medios de prensa adocenados (las focas aplaudidoras lo han de saber, SIPSE y Novedades y el Por Esto! los aúpan, y en este contexto podemos leer la nueva guerra sucia que efectúan ahora mismo contra Pedro Canché Herrera), tuvieron vela en todos los espacios (educativos, culturales, delincuenciales, políticos), festinaron a sus “intelectuales”, pulverizaron y cooptaron y compraron a los partidos de oposición, cebaron a sus académicos orgánicos, y se sintieron eternos y nuevos padres fundadores de Quintana Roo. No, por supuesto que no están desorganizados. Esos son embelecos fraguados por los polizontes”.[18]
No, por supuesto que nunca estuvieron desorganizados. Hoy han regresado con los ropajes de otro partido; hoy se juntan a tomar el vino y compartir el pan con los Raymundos, pero también aseguran otros caminos apelando a que son “genuinos”, o simplemente nadan de muertito queriendo buscar una vereda con una alianza con los verdes, o vaya PT a saber. ¿Todos los caminos de Morena Quintana Roo llevan al Felixismo? No lo sé, igual existen diputados cercanísimos al oficialismo (el caso de Reyna Durán y de los “yeidkolistas”), pero lo que si podemos asegurar es que no es buena noticia que el oficialismo conservador no tenga a ningún candidato de peso para contender por la gubernatura, y que todo el camino hacia 2022 sea una competencia interna de un solo partido donde se excluyó, desterró o arrinconó a la izquierda histórica quintanarroense, por un conservadurismo priísta disfrazado de guinda, “genuinos” o no. Es el carnaval tropical lo que vemos actualmente.
[1] Por supuesto que, como en otras regiones subnacionales, lo de Quintana Roo, desde el inicio de este estado, su vida pública (política, económica) ha estado hegemonizada por una oligarquía con un fuerte sesgo capitalista (la primacía del turismo y sólo el turismo), corrupta hasta la náusea, clientelar hasta la vulgaridad, e indigenista y racista para contener y cosificar los escasos ímpetus de reinvindicación del pueblo maya. Lo de Quintana Roo, se trata de un sistema de gobierno en la que el poder está en manos de unas pocas personas pertenecientes a una clase social privilegiada.
[2] Véase mi texto: “El mito de Mario Villanueva: de las semillas tropicales del torbellino actual de la violencia en México”. Noticaribe. 10 de noviembre de 2019.
[3] “Perciben ‘mucha’ corrupción 8 de cada 10 en Quintana Roo: encuesta”. El Universal. 9 de febrero de 2020, en https://www.eluniversal.com.mx/estados/perciben-mucha-corrupcion-8-de-cada-10-en-quintana-roo-encuesta
[4] Agustín Ambriz. “González Canto: negocio perpetuo”. Luces del Siglo/Sin Embargo. 11 de noviembre de 2011, en https://www.sinembargo.mx/11-11-2011/71600
[5] Gilberto Avilez Tax. “El Felixato (2005-2016)”. Noticaribe. 24 de junio de 2016.
[6] Cacique originario de San Antonio Tuk, fue el “jefe” de los priístas de José María Morelos en el tiempo que duró el Felixato. Se hizo de una enorme fortuna en ranchos en la zona maya, gobernó con su grupo este municipio, puso y dispuso del ayuntamiento de José María Morelos y fue “el hombre necesario” en tiempos del Felixato. Cfr. “German Parra un ‘vividor’ del sistema político quintanarroense”. El Punto sobre la i. 30 de junio de 2014, en https://www.elpuntosobrelai.com/german-parra-un-vividor-del-sistema-politico-quintanarroense/
[7] Gerardo Hernández. “El cambio político en Quintana Roo y el riesgo de la persistencia del equilibrio institucional”. Espiral (Guadalajara). Vol. XXIV, número 70, 2017.
[8] Ver el caso del Diario de Quintana Roo en tiempos del Felixato.
[9] Es el caso del procesamiento y encarcelamiento de Villanueva Madrid y Roberto Borge: su confinamiento fue necesario para que el sistema siga funcionando.
[10] Silber Meza. “La red de despojos de Quintana Roo”. 6 de julio de 2016, en https://contralacorrupcion.mx/la-red-de-despojos-de-quintana-roo/
[11] Somos Tus Ojos, transparencia por Quintana Roo, en buena medida fue la organización que hizo factible que Borge Angulo esté tras las rejas.
[12] http://www.somostusojos.com/opacos-o-transparentes/aunque-hay-pruebas-gobierno-de-carlos-joaquin-no-denuncia-a-ex-gobernador-felix-gonzalez-canto/
[13] En el Felixato, hasta la academia recibía sus canonjías a cambio de otorgar sus silencios eruditos. Cfr. https://gilbertoavilezblog.wordpress.com/2016/08/01/del-equipo-de-transicion-las-universidades-y-el-diario-mas-viejo-del-tropico-chetumaleno/
[14] Es el caso de Eduardo Espinosa Abuxapqui, o del mismo Germán Parra López.
[15] Sergio Caballero. “Hacía el trabajo sucio a Borge funcionario ejecutado hoy”. Proceso. 14 de julio de 2016.
[16] Octavio Humberto Moreno y Carlos Figueroa Ibarra. “El Estado burocrático autoritario y
las transiciones a la democracia: las raíces de los regímenes neoliberales en América Latina”, en IUS. Revista del Instituto de Ciencias Jurídicas de Puebla, México. Nueva época, Vol. 12, No. 42, julio-diciembre de 2018, p. 93.
[17] Josep Ma. Vallès y Salvador Martí i Puig. Ciencia Política. Un manual. Nueva edición actualizada. Ariel. México. 2016, pp. 264-267.
[18] Gilberto Avilez. ¿Está desorganizado el priísmo felixista-borgista? Noticaribe. 3 de noviembre de 2016.