Por Jorge Manriquez Centeno[i]
1
“Y… si no tenés laburo, recaés peligrosamente en los cuencos del océano. Te arrinconan sin compasión cuando no hay un mango, che; pero tenés que pagar la luz, los pañales del pibe, y es tan pequeño que ni sabés cómo hacerle upa”, dice un amigo argentino aclimatado en el Distrito Federal.
Le contesto: “tienes razĂłn: uno se cansa de llevar y llevar su CV y no tienes ni para el boleto del metro, y tienes que caminar, caminar, cueste lo que cuesta. Y cuesta un chingo este pinche cansancio. Cuando llegas a tu cuarto, te duermes con tu traje, y ni te miras en el espejo, che. No vale la pena. Estas encerrado. Pero eres infeliz como lĂnea que cruza el cielo pero no lo toca. De repente, sucede que te enganchas en un trabajo y la vida es milagrosamente hermosa como ese ver el sol y platicar con Ă©l, contigo mismo, y te dan ganas de ir tarareando una rola, quizás “Buenos dĂas señor sol”, de Juan Gabriel, y hay que dar gracias a Dios por otro dĂa más, que caray,¡ anĂmate che, amigo! Estamos a la intemperie pero no descobijados. ¡El sol sale para todos, aguanta vara, amigo!”
No me contesta.
El sol lo tiene desarropado. Tiene razĂłn, hay veces que sĂłlo tienes ganas de dormir, pero el insomnio te apresa con sus garras, y hay una luz roja que está por todos lados. Son las 3:01, y esa luz roja te rodea, te absorbe. Estas en medio de la oscuridad y los pensamientos te cercenan, más que tienes cuentas pendientes que saldar: el pago del suministro bimestral de energĂa elĂ©ctrica que, por más que quieras ahorrar, sigue fluyendo, la torta de tamal con champurrado, una al menos para tener un poco de gas ese dĂa, este dĂa, es necesaria para ir en busca de una chamba. No sabes dĂłnde pero tienes que andar buscando por todos lados. Tienes que estar despabilado. Y lo más complicado es si estas casado, tienes hijos, sufragar los gastos familiares, escolares y muchas cosas más. Claro que está cabrĂłn, amigo, entendible tu cara de preocupaciĂłn, angustia de los dĂas por venir.
2
Tengo trabajo, bendito trabajo, estoy en una oficina burocrática defeña, de la cual escribo en otras hojas.
Mi amigo argentino está enfrente de mi escritorio.
Quiere que lo recomiende: “quiero laburar aquĂ. De lo que sea, che. Necesito guita para ir a buscarla. Ya se fue a Tijuana, lejos, muy lejos, hasta de su familia.”
Le explico que no tengo esa fortuna de poder recomendarlo como lo hicieron conmigo. Su semblante me dice que estoy siendo muy ojete con él, por eso, vuelvo a decirle que no estoy en la posición de ofrecerle un empleo, al menos por el momento, dado que tiene poco tiempo que entré a trabajar en esta oficina.
Como es viernes de quincena y hora de la comida, no tengo que regresar por la tarde, lo invito a comer. Vamos a una de esas esquinas milagrosas chilangas, y comemos unos huaraches con cecina, con harta salsa verde. Con ese combustible nos lanzamos por unos tragos al “Tenampa” de Garibaldi.
Bebemos unas “cubas” bien cargadas de ayeres, ¡que caray!
Estamos escuchando mariachis de a gratis, contratados por algĂşn desafortunado que está a punto de llorar, a dos mesas de distancia. A leguas se le nota. Y son melodĂas de Pedro Infante, Javier SolĂs, Jorge Negrete y JosĂ© Alfredo JimĂ©nez, los “4 fantásticos” como les decĂa mi padre, y cuando escucho “Caminos de Guanajuato”, por ahĂ me voy amigo, por donde es mi padre, y cuando el cantante dice: “El cristo de tu montaña/ el cerro del cubilete/ consuelo de los que sufren/ adoraciĂłn de la gente/ el cristo de tu montaña/ del cerro del cubilete”, empiezo a buscar tu “manda”, no la encuentro, nadie la encuentra, y por ahĂ andas padre, cantando bien chingĂłn pero desangelando mi sonrisa en el espejo. Sales de la vecindad, todos te buscamos y nada que apareces. Vas a otros perĂmetros desconocidos para nosotros, tu familia. Mejor no pensar en ello.
Mientras, mi amigo esta calmado. Los tragos lo apaciguan.
Pero es una densa calma. Está por otros lares, se denota en sus enrojecidos ojos.
3
Silencio alcoholizado.
Lo veo, palpo, en tus ojos.
Espero que te alivianes, che.
4
A mi amigo argentino lo conocĂ hace algunos años. Durante un tiempo nos veĂamos constantemente. Recuerdo que, cuando habĂa lana, iba con mi amigo argentino a algunos bares de las colonias Roma o Condesa.
Luego lo dejĂ© de ver, de repente, como suele pasar. Pero por azares del destino, otra vez nos reencontramos y volvimos a salir a tomar los tragos, cenar o a dar un rol por ahĂ, como suele hacerse con los amigos.
SonreĂa cuando le decĂa: “Pinche amigo argentino, che de poca madre, eres mi cuate, cabrĂłn.” Nunca le dije por su nombre, que era Jorge. Era mi tocayo aunque tampoco lo llamaba de ese modo. Lo que si recuerdo es que una vez me comentĂł: “che, hasta los chuchos se llaman como nosotros, ja, ja, ja, ja…” La risa de la memoria son ecos fenomenales, amigo. No recuerdo sus apellidos, estaban en su curriculum vitae (CV), que me dejĂł en mi escritorio, que, como todas las cosas, por ahĂ quedĂł.
Le encantaba el rock, sobre todo en español. DecĂa que en su paĂs natal habĂa excelentes grupos y que Ă©l mismo habĂa formado parte de una banda de rock, pero que por azares del destino conociĂł a una mexicana, que, al paso de los meses se convirtiĂł en su esposa y madre de su hijo, y decidieron buscar mejor suerte en MĂ©xico, concretamente en el Distrito Federal.
Como su esposa, Ă©l tambiĂ©n era “pata de perro”, pero al nacer su hijo decidieron ser “sedentarios”. Durante un tiempo la fueron pasando, pero en algĂşn momento se les complicĂł la vida. No me explicĂł lo de su separaciĂłn, me imagino que le dolĂa recordar ese trance, complicado para todos, pero para Ă©l especialmente difĂcil, dado que superficialmente lo abordaba. Me daba cuenta en sus estados de ánimo, ya que podĂamos estar platicando y escuchando mĂşsica, pero sucedĂa que ponĂan una rola, y su semblante cambiaba. DebĂa ser que estaba recordando su pasado inmediato. Una vez me comentĂł: “no hay vuelta atrás, entiendo que ese ciclo está definitivamente concluido. Lo que quiero es ir a buscar a mi hijo, no perderle el rastro como pasĂł conmigo. Eso no se olvida. No he olvidado a mi padre, quiero verlo para decirle cuanto lo detesto. Es un cabrĂłn mala leche. No quiero que pase eso conmigo, che, Âżvos lo entendĂ©s?”
Y ese de-fi-ni-ti-va-mente fue dicho asĂ, pausadamente, para que su mente lo volviera a dimensionar.
El amor mal correspondido es una desdicha. Su semblante comprensiblemente estaba afectado por esa separaciĂłn. Su mente sabĂa que todo habĂa acabado. No habĂa nada por hacer. Su corazĂłn la destemplaba.
Todos, o la mayorĂa de las personas, hemos andado por esos lares, que tienen muchos recovecos, laberintos, lo mejor es escuchar a esa persona y, si te lo permite, dar tu punto de vista, y tratar de entender el dilema en que está envuelto. Lo que he aprendido es que tĂş y solo tĂş puedes darle la vuelta a tu situaciĂłn. No hay recetas o caminos que te lleven a buen puerto. Es una contexto especĂfico, un acertijo personal. Puedes seguir un consejo, pero no te garantiza olvidarla o reconquistarla. Esa es mi opiniĂłn, y claro, en las complejidades de la vida, cada uno tiene sus respetables puntos de vista. Somos tan diferentes como el agua de los ocĂ©anos y de los rĂos: aunque a veces se entremezclan siguen sus propios cauces.
…
Me acuerdo que varias veces iba a la oficina a saludarme y a platicar, asĂ como para que lo orientara a buscar trabajo. Era politĂłlogo y, por supuesto, entendĂa la complejidad para que le dieran alguna oportunidad laboral.
Digo esto con toda cabalidad, dado que yo habĂa estudiado administraciĂłn pĂşblica y ciencia polĂtica en la Facultad de Ciencias PolĂticas y Sociales de la UNAM, y por lo tanto, sabĂa de quĂ© me hablaba: durante un tiempo tuve que esperar una oportunidad, que, solamente se te presenta si tienes una bendita recomendaciĂłn o relaciones familiares, polĂticas, econĂłmicas, con personas influyentes.
En mi caso, llegó esa recomendación y hay que aquilatarla, tratando de dar ese esfuerzo que te permita salir a flote y empezar a subir de peldaño.
El asunto es que a mi amigo argentino no le llegaba esa oportunidad y lo que sĂ le estaba llegando era el agua al cuello. Estaba endeudado y con pagos por sufragar. Como se dijo, requerĂa dinero para ir en busca de su hijo. Me imagino que parte de los problemas con su esposa se derivaron de cuestiones econĂłmicas, en este caso tendrĂa algo de veracidad eso de que: “cuando el dinero sale por la puerta, el amor salta por la ventana.” Pero son suposiciones, dado que mi amigo, como se comentĂł, nunca platicĂł sobre el tema. Como dije, lo mejor es no meterse donde a uno no lo llaman.
Tampoco hablĂł de regresar a su paĂs natal.
5
“Lo tengo todo listo: se me parte la cabeza. La quiero ir a buscar”, me dice mi amigo argentino que está sentado enfrente de mi escritorio.
No le contesto.
El siempre habla de lo mismo, me está chocando esa conversación de siempre. Pero no le digo nada de su encierro.
Prosigo en mis actividades.
Voy por un oficio, y al regresar no está.
Ese estar ocupado te aleja.
¡Amigo, discúlpame!
6
El cansancio y el dolor de cabeza se entremezclan.
El dolor de cabeza es permanente.
Como la canciĂłn de Pink Floyd, me siento cĂłmodamente entumecido. Estoy en la oficina, bebiendo mi cafĂ©, viendo pasar oficios y consecutivos. No tengo ganas de hacer nada. Dejo pasar las horas, y las manecillas del reloj checador se mueven de aquĂ, para allá, como un miserable pĂ©ndulo. No quiero estar aquĂ, pero debo cumplir mi horario laboral. Ni modos, soy de confianza y de reciente contrataciĂłn y no cuento con permisos, pases de salida, dĂas econĂłmicos ni nada de lo que se le parezca. Lo bueno es que mi jefe inmediato, tuvo que ir a otra oficina, y estará fuera todo el dĂa. “Al menos”, pienso.
Tengo ganas de llorar por ti, amigo. El cielo tensó la cuerda. Trato de poner la silla en su lugar. Y volveremos a sentarnos a comer en esa mesa, y no alzaré la vista para no ver ese negro delirio de la luz con el que te puedo observar.
Extraño mucho cuando llegabas a mi escritorio y me decĂas: “¿QuĂ© hacĂ©s boludo?”. Esa voz rĂtmica de los argentinos es genial, más que es tu amigo, de esas personas, pocas en realidad, con las que puedes platicar y abrillantar esos momentos que tienes la dicha de vivirlos.
Hoy no puedo contestarte.
…
…
Escucho unas rolas, las nuestras, para recordarte. No hay más.
Son inmensas melodĂas de Soda EstĂ©reo, Miguel Mateos, Miguel RĂos, otros más que mi mente retomará cuando vaya a algunos de esos bares de la Roma o de la Condesa, y de inmediato, vĂa el mesero en turno y una mĂłdica propina, solicitar, como antes, esas melodĂas de los años ochenta que nos hermanan, y tararearlas, y seguir platicando, y nos gusta ir de joda, che, y aunque gano poco laburando, como decĂs, en el tianguis donde nos conocimos, ahĂ en la Calle de Dr. Neva de la Colonia Doctores, ahĂ la voy pasando, tĂş tienes un hijo, una esposa, y estás echándole ganas para conectar un trabajo, vas a ver que si lo vas a lograr.
7
Te estoy recordando, amigo.
…
…
“Che, el nombre de Flor se lee hacia afuera, ahà donde siembro su sonrisa. Es un nombre muy boludo”, escucho que dice mi amigo argentino.
Habla de su amor, pero asà superficialmente, pero es un amor imposible por la distancia y por cuestiones que tiene muy resguardadas. Son de él, y por algo no quiere platicarlas. Mejor no meterse en ese tema escabroso. Lo tengo claro, cuando quiera se explayará, o quizás nunca lo haga. No lo sé.
Habla maravillas de su hijo, como generalmente suelen hacerlo los padres.
No ahonda más.
No quiere platicar. Su mente esta doblegada por el corazĂłn y la falta de su hijo. A leguas se denota.
Hoy quiero conversar con Ă©l, pero no se puede. De esas cosas, que vas haciendo sin notarlo. No te das cuenta pero le das la espalda a un amigo muy empatico contigo, que estuvo ahĂ, cuando lo requeriste, y ahora, no pudiste darle unos instantes, hacer a un lado los papeles de tu escritorio, esos putos oficios que no sirven para ni madres, y salir a platicar con Ă©l, ahondar en lo que lo está carcomiendo, por dios se ve en su rostro, no seas ojete, no te desentiendas de Ă©l por un pinche informe que puedes entregar otro dĂa, te lo decĂa la conciencia, pero no, te emperraste, y cuando volteaste ya no estaba ahĂ, se alejĂł y ya no volviĂł a ir a la oficina, y quien sabe por dĂłnde viva, Ă©l mismo te comentĂł su cambio de domicilio, pero ni anotaste su nueva direcciĂłn.
Ahora vas por unos tragos a cualquier bar, y estás sentado solo, tan solo, boludo, como mirar las nubes y saber por su mirada que las cosas, para él, no son como quisiera que fueran.
“Che, no hay que ahogarse en un vaso de agua. Hay que ver hacia adelante”, le contestas, en esa imaginaciĂłn que nos tiene ahĂ, en ese bar de la Condesa, platicando, escuchando mĂşsica de rock en español, que pides a discreciĂłn cuando te entusiasmabas y las cantabas con ese acento tan caracterĂstico de ustedes, ches boludos, tan orgullosos de sus raĂces, de su futbol, de Cortázar, Borges, otros inmensos escritores, y con Ă©l puedes hablar de poesĂa, libros, y muchas cosas más. Espero que estes de puta madre, che, y que vos hagás un mate asĂ, bien chingĂłn, y que te volvás a reir cuando digo que voy a romperle las bolas a ese cabrĂłn mala copa que está ahĂ, fastidiando a esa chica, pero afortunadamente se sale del bar, y te reĂs y decĂs: “Che, vos hablás como chilango y argentino, ese acento fenomenal, el tuyo, nos hermana, aunque boludo, eres mi wosito, cabrĂłn, y estando juntos tomando los tragos, que chingue a su madre el mundo, como decĂs.”
Nos reĂmos bien chingĂłn.
Nos ponemos serios cuando hablamos del temblor del 85. Todo es tan reciente. Me acuerdo de muchas cosas, de esos edificios, hospitales, casas derrumbadas, asĂ, de repente, o maltrechas, al punto del colapso como la casa donde vivĂamos por entonces, en la Calle Torquemada de la Colonia Obrera, que tuvo que ser demolida, con lo que ello significaba. Y te recordĂ© amiga MĂłnica, y quisiera irte a ver de nuevo a tu departamento del Edificio Nuevo LeĂłn, y escuchar mĂşsica de Supertramp que tanto te gustaba, pero no estás, por más que te he buscado no apareces, amiga… Y no puedo volver a oĂr esas rolas, solo contigo puedo escucharlas, amiga.
¿Dónde estás?
ÂżDĂłnde carajo te has metido, amiga?
(De ello escribo en otras hojas.)
…
8
Mejor salir e ir caminando por toda la Avenida Insurgentes Sur, entre luces de neĂłn.
Caminar largo y tendido para clarear un nuevo dĂa.
Y voy cantando:
Yo caminaré entre las piedras
Hasta sentir el temblor
En mis piernas
A veces tengo temor, lo sé
A veces, vergĂĽenza, oh-oh
Estoy sentado en un cráter desierto
Sigo aguardando el temblor
En mi cuerpo
Nadie me vio partir, lo sé
Nadie me espera, uoh-oh
Hay una grieta, en mi corazĂłn
Un planeta con desilusiĂłn
Y voy llorando carnal, ¡perdóname!
Nota
[i] Correo del autor de este texto: jorge.manriquez.centeno@gmail.com.,